LA HERENCIA
No era lo que había deseado pero el hotel
París cerró sus puertas y sólo le quedó conformarse con el hotel Europa que al
menos procedía de la misma familia.
Se rompió un tanto el romanticismo del
lugar elegido pero ganó en comodidad ya que le asignaron una de las suites del
piso superior con jakuzzi y balconada a la Puerta del Sol.
Miró su destartalado reloj de pulsera. Ya
sólo restaban cinco minutos para las siete de la tarde y desentrañar el
misterio que le había atenazado durante esos siete días, en cada uno de las
ciento sesenta y ocho horas, quince mil ciento veinte minutos, novecientos
siete mil doscientos segundos, justo desde el momento en que recibió el paquete
de sus angustias.
Con la meticulosidad que le
caracterizaba, dobló las siete hojas en las que en las últimas horas escribió
sus increíbles últimas aventuras. Se acercó al cuarto de baño y buscó dónde
guardar los papeles. Tomó una de las bolsas íntimas, alojó con mimo dentro el
manuscrito cerrándolo herméticamente y lo albergó dentro de la cisterna de la
taza del inodoro por si algún día alguien lo hallaba y divulgase su historia.
Llamaron a la puerta con los nudillos.
Dio un respingo y por instinto echó un reiterado vistazo al reloj. En efecto,
las siete en punto como decía la nota.
- Señor. Vengo a recoger los papeles que
ya ha debido firmar- Sonó una voz neutra desde el otro lado de la puerta.
Estiró su trillada ropa de domingos con
la que se engalanó por si acaso, tomó todo el aire que pudo en los pulmones y
se dispuso a abrir acompañado de un ligero estremecimiento recorriéndole todo
el cuerpo.
Al contrario de lo que supuso, el
individuo era tan insignificante como él. Vestido con pulcritud pero anodino.
Alguien que en cualquier lugar sería invisible a los ojos de los demás.
Entró sin mediar palabra y tomó los
documentos que se encontraban encima de la mesilla.
- Señor. Haga el favor de acompañarme al
servicio.
En el breve trayecto recordó el día en
que el operario de UPS le entregó la caja. Cómo la abrió encontrando los
documentos, sólo abiertos en la zona de la firma, un extraño bolígrafo y debajo
de ellos la caja blindada cerrada. Fue al firmar cada uno de los papeles cuando
se abría del ingenioso bolígrafo un diente de llave. Finalizadas todas las firmas,
abrió la caja con la inverosímil llave y allí estaba la incontable colección de
billetes de quinientos.
- Señor. Desvístase y métase en la
bañera.
Mientras obedecía reflexionó sobre lo
difícil que era gastarse billetes tan grandes. La caja pesaba demasiado, en los
comercios no los admitían y en el banco había que cambiarlos con cuidado por
los límites marcados por el Ministerio de Hacienda.
El imperceptible hombrecillo sacó una
pistola con silenciador y le apuntó la sien.
- Antes de acabar ¿Me va a aclarar algo?
- Señor. Usted ha dejado en herencia a
una fundación internacional todo el dinero que no ha gastado en estos días. No
crea que es el único, de vez en cuando ocurre para blanquear.
- Suponía algo así. Gracias.
Se acomodó y espero sin rechistar
aceptando su suerte.
De la bocana del arma salió un silbido
que segó la vida del efímero millonario.
El ejecutor dejó la pistola en la mano
del muerto, tomó los documentos firmados y se marchó sin fijar la vista atrás
sabiendo que parte de esa herencia pasaría a su, cada vez más abultado,
bolsillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario