martes, 28 de octubre de 2014


LA HERENCIA

 

No era lo que había deseado pero el hotel París cerró sus puertas y sólo le quedó conformarse con el hotel Europa que al menos procedía de la misma familia.

Se rompió un tanto el romanticismo del lugar elegido pero ganó en comodidad ya que le asignaron una de las suites del piso superior con jakuzzi y balconada a la Puerta del Sol.

Miró su destartalado reloj de pulsera. Ya sólo restaban cinco minutos para las siete de la tarde y desentrañar el misterio que le había atenazado durante esos siete días, en cada uno de las ciento sesenta y ocho horas, quince mil ciento veinte minutos, novecientos siete mil doscientos segundos, justo desde el momento en que recibió el paquete de sus angustias.

Con la meticulosidad que le caracterizaba, dobló las siete hojas en las que en las últimas horas escribió sus increíbles últimas aventuras. Se acercó al cuarto de baño y buscó dónde guardar los papeles. Tomó una de las bolsas íntimas, alojó con mimo dentro el manuscrito cerrándolo herméticamente y lo albergó dentro de la cisterna de la taza del inodoro por si algún día alguien lo hallaba y divulgase su historia.

Llamaron a la puerta con los nudillos. Dio un respingo y por instinto echó un reiterado vistazo al reloj. En efecto, las siete en punto como decía la nota.

- Señor. Vengo a recoger los papeles que ya ha debido firmar- Sonó una voz neutra desde el otro lado de la puerta.

Estiró su trillada ropa de domingos con la que se engalanó por si acaso, tomó todo el aire que pudo en los pulmones y se dispuso a abrir acompañado de un ligero estremecimiento recorriéndole todo el cuerpo.

Al contrario de lo que supuso, el individuo era tan insignificante como él. Vestido con pulcritud pero anodino. Alguien que en cualquier lugar sería invisible a los ojos de los demás.

Entró sin mediar palabra y tomó los documentos que se encontraban encima de la mesilla.

- Señor. Haga el favor de acompañarme al servicio.

En el breve trayecto recordó el día en que el operario de UPS le entregó la caja. Cómo la abrió encontrando los documentos, sólo abiertos en la zona de la firma, un extraño bolígrafo y debajo de ellos la caja blindada cerrada. Fue al firmar cada uno de los papeles cuando se abría del ingenioso bolígrafo un diente de llave. Finalizadas todas las firmas, abrió la caja con la inverosímil llave y allí estaba la incontable colección de billetes de quinientos.

- Señor. Desvístase y métase en la bañera.

Mientras obedecía reflexionó sobre lo difícil que era gastarse billetes tan grandes. La caja pesaba demasiado, en los comercios no los admitían y en el banco había que cambiarlos con cuidado por los límites marcados por el Ministerio de Hacienda.

El imperceptible hombrecillo sacó una pistola con silenciador y le apuntó la sien.

- Antes de acabar ¿Me va a aclarar algo?

- Señor. Usted ha dejado en herencia a una fundación internacional todo el dinero que no ha gastado en estos días. No crea que es el único, de vez en cuando ocurre para blanquear.

- Suponía algo así. Gracias.

Se acomodó y espero sin rechistar aceptando su suerte.

De la bocana del arma salió un silbido que segó la vida del efímero millonario.

El ejecutor dejó la pistola en la mano del muerto, tomó los documentos firmados y se marchó sin fijar la vista atrás sabiendo que parte de esa herencia pasaría a su, cada vez más abultado, bolsillo.

 

 

No hay comentarios:

Amigos